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Les escribo, hermanas, con el corazón lleno de gratitud, reverencia y amor. Ustedes, que llevan consigo tanto las historias de nuestros antepasados como la imaginación de nuestros niños y niñas. Ustedes forjan la fusión de todo lo antiguo y lo nuevo dentro de nuestros niños y niñas con cada palabra, cada caricia y cada oración. Nuestras experiencias como madres se moldean y entrelazan de tal manera que nos hacen más fuertes cuando compartimos nuestras historias, reconocemos nuestro poder, honramos nuestras ofrendas y nos comprometemos unas con otras.
La maternidad me ha enseñado que muchas cosas pueden ser ciertas al mismo tiempo. Mi mente, mi cuerpo y mi espíritu están aceptando poco a poco cómo coexisten las dicotomías en la vida: el dolor y el amor, el agotamiento y la fuerza, la vulnerabilidad y el poder, la ruptura y la transformación. Hermanas, desde que no tuve mi primer periodo, yo también me he sentido conmocionada y estable en este viaje. Mi alegría y mi emoción se han entremezclado con el miedo y la incertidumbre. La vida más hermosa surgió de mi cuerpo roto cuando el mundo se detuvo en 2020. Me quedé sumida en el dolor físico y la soledad. Fue el amor de las madres lo que me ayudó a sanar. Mi madre fue mi consuelo y mi fuerza. Ella me nutrió y comenzó mi paquete de medicinas para nuestra próxima generación. Mi doula posparto se sentó en silencio conmigo y mi bebé mientras mis hermanas cuidaban de nuestro pueblo Diné como trabajadoras esenciales. Mi asesora de lactancia me dio palabras de ánimo y consejos de nuestras tierras natales, que echaba tanto de menos. A pesar de la distancia y la pandemia, nos unimos como mujeres Diné para cuidar de mi cuerpo y de mi bebé.
El vientre materno es un lugar misterioso y sagrado. Alberga nuestros recuerdos y nuestros futuros. Cuando celebramos nuestros cuerpos, sanamos y evolucionamos. Contribuimos a una sabiduría colectiva que garantiza que nuestras hijas e hijos vivirán vidas largas y saludables, llenas de armonía y belleza, są’áh naagháí bik’eh hózhóó. A través de nosotras, el lenguaje sobrevive, a través de nosotras, la tradición vive, a través de nosotras, nuestras naciones se elevan.
Nuestra Madre Tierra es vibrante y está llena de vida. Ella nos sustenta y nos ofrece medicina. Cuando estamos en armonía con su ritmo, prosperamos y crecemos. Cuando la honramos, nos sentimos renovados. Sepan que Ella nos sostiene.
Hermanas, admiro su valentía, la fuerza silenciosa que se necesita para criar a un hijo, el amor feroz que mantiene unidas a sus familias cuando las tormentas sistémicas amenazan con arrancar las raíces del suelo. A mis hermanas que sostienen a sus hijas e hijos en espíritu, cuyos brazos anhelan a los bebés que nacieron dormidos, cuyos úteros llevaron vida que regresó o fue liberada a las estrellas, no las olvidamos. Compartimos su dolor. Su amor es eterno. Siguen siendo madres, ahora y siempre. Hermanas, todas somos matriarcas. Somos guerreras en forma gentil.
Mientras camino a su lado, tengo una responsabilidad: abogar por espacios de parto seguros y soberanos, lugares donde sus voces lideren, donde sus cuerpos sean honrados y donde su papel sagrado sea tratado con el mayor cuidado. Estoy comprometida con la protección de nuestras trabajadoras de parto: las tías, las doulas, las parteras y las sanadoras que transmiten los conocimientos ancestrales con reverencia y amor. Porque centrarse en la madre es centrarse en el bebé. Cuando se les cuida, respeta y empodera, la vida comienza con seguridad y amor.
Juntos recordamos.
Juntos reclamamos.
Juntos nos levantamos.
Que siempre sepan cuánto se les valora, cuán lejos llega su amor y cómo su presencia moldea generaciones. Con todo mi corazón, les doy las gracias. Camino con ustedes. Les honro.



Todas las fotos son cortesía de BBC StoryWorks Commercial Productions.

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